miércoles, 3 de febrero de 2016

LOS ARQUITECTOS Y EL VACIO POSMODERNO

Carlos Ruiz Acosta

“Nadie debería guardar silencio entre semana
y los domingos absolverse.”

Gunter Grass

Culpamos a los últimos tres presidentes del Colegio de Arquitectos de Sinaloa (de Culiacán para no confundir), CASAC, de las causas de la indiferencia y del alejamiento de sus agremiados, quienes reconocen les sirve como oficina expedidora de licencias de directores responsables de obra, lo que probablemente estén haciendo otros colegios del País. En mi opinión no es un asunto enteramente de personas, sino también, de los desequilibrios de la economía.

La historia del CASAC inició en la década de 1960, cuando el país vivió la etapa dorada del desarrollismo con crecimientos del 6% anual. Para entonces, la expansión de instituciones era todavía un proceso inacabado y es cuando Jaime Sevilla fundó en 1965 el primer colegio de arquitectos en el estado, con un grupo de egresados de la UNAM, el IPN y el ITESM en Monterrey. En aquella época Culiacán tenia 125,000 habitantes, la población se duplicaba cada 10 años y la riqueza agrícola convirtió al valle en la tierra de la gran promesa, razón por la cual la presidencia del CASAC se llegaría a convertir en el equivalente a la silla del águila.

El desarrollismo llegó a su fin en 1982. Para el año 2012 el país había experimentado siete devaluaciones de la moneda en 1976, 1981, 1986, 1994, 2000, 2006 y 2012 y una inflación galopante que alcanzó  el tope del 4030% y el peso a $2,300.00 por dólar; además, hemos sufrido los doce años de Echeverria y López Portillo, el capitalismo salvaje del liberalismo, la decepcionante democracia de partidos y la reforma fiscal de Peña Nieto. Con el paso del tiempo hemos atestiguado dos desgracias: por un lado el declive de la agricultura, y por el otro, el de la industria de la construcción amortiguada por las sofoles, capitales del narcotráfico y por uniones de crédito de dudoso manejo.

En pleno liberalismo económico, Tomás Arroyo, presidente del CASAC de 2004 a 2008, cerrará el ciclo de presidentes formados en la institucionalidad y se abrirá el ciclo de la decadencia de la FCARM,  por la levedad de su presidente Lisandro de la Garza, en medio de la agobiante crisis financiera global causada por las deudas hipotecarias de Estados Unidos.

Sin ahondar mucho, la economía explica parte de la complejidad de cohesionar a un gremio golpeado cíclicamente y los vacíos recurrentes padecidos por el colegio, el cual regalaba la presidencia a quien la quisiera. Recordemos asambleas semidesérticas y desinterés general en periodos semejantes al de hoy en día. Esta breve lectura nos dice que la economía es un factor a considerar en la planeación de políticas gremiales.

En 1979 pasó inadvertido el suceso que cambiará actores y escenario. Ese año se creó la Escuela de Arquitectura de la UAS hoy facultad, de donde empezaron a egresar oleadas de jóvenes. 36 años después, suman ya alrededor de 5,000 arquitectos, por lo que la llegada de muchos de ellos al colegio presagiaba la ocupación del consejo directivo, hecho que se dio desde hace siete años por maestros de la UAS, quienes hasta la fecha, no han dicho a dónde quieren llegar. En efecto, son tiempos difíciles, pero no muy diferentes a los descritos aquí.

Sin voltear al pasado, hemos descalificado a los académicos investidos de presidentes sin oficio para el cargo y juzgado por incompetencia. En descargo a su favor, mencionaré otras causas que desde siempre han alejado a los agremiados: hubo presidentes bien intencionados sin idea ni proyecto y hubo otros mediocres encumbrados por la inercia o por sus camarillas; se conservan intocables, cual cóctel de cianuro, los viejos estatutos con 35 años de vigencia (mencionan, por  ejemplo, al correo postal y al telégrafo para notificar); costumbristas formas recaudatorias, un código de honor de museo, y para rematar,  un aburrido formato de asambleas.

Con el arribo de los nuevos inquilinos, surge la pregunta, ¿qué colegio quieren y para qué?  Si quieren marcar diferencias generacionales y sacar la casta por la UAS, les sugiero ver el futuro y fundar un colegio generación 2.0, pues sólo así podrán atraer a los que ni se han enterado de la existencia de este colegio ni de otros. El punto de partida es la definición de objetivos con descarada imaginación y una vez definidos, si llegara a pasar, tendrían que hacer tres cosas:
  1. Revolucionar los estatutos con visión a 25 años y revisiones cada tres, creando nuevas secretarias--siete de las actuales son letra muerta--para dar paso a nuevos actores e ideas frescas, con estadísticas del gremio e información de mercados y del trabajo; haciendo énfasis en la representación institucional de gran valor social, en intercambios internacionales y en desarrollo empresarial.  Todo esto transmitido en redes en tiempo real y en la web con links por especialidad. ¿Mucho trabajo? Sí, pero paso a paso.
  2. Salirse urgentemente de la sede actual, cuya deprimente imagen del sector y del edificio son puntos negativos para la promoción y publicidad de los objetivos. El local se renta y con ello, se paga una sede moderna y bien ubicada que estimule la autoestima.
  3. Los académicos de la UAS que piensen en heredar el puesto de presidente, absténganse. Ya probaron que no pueden, entonces, cedan el paso a otros dispuestos a dirigir un nuevo proyecto. No los vean como extraños porque ustedes los formaron: fueron sus alumnos.  


Nota: en caso de no revolucionar nada, por favor, continúen ocupando la silla otrora del águila. Nadie se las disputará.





Publicado en la revista ENTUOBRA, el 28 de octubre de 2015.

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